domingo, 14 de julio de 2013

Si la felicidad fuera disponer de soledad, de espacio y de silencio, cosas de las que carecerán las generaciones futuras?”, se pregunta el escritor y viajero francés Sylvain Tesson en La vida simple, donde relata los seis meses que vivió en una cabaña a orillas del lago Baikal, en Siberia. Este es el tipo de historia que inspira a Kilian Jornet Burgada la búsqueda de sí mismo en las cumbres de los Alpes o en la inmensa taiga siberiana de Tesson. Jornet, trotamundos de 25 años, reivindica la conexión con la naturaleza y la austeridad tanto en la vida cotidiana como subiendo picos.


Lo ha ganado todo en carreras de vértigo, interminables, 100, 200 kilómetros arriba y abajo, engañando al dolor, sufriendo y disfrutando. A pie y esquiando. Curtido y acostumbrado a tomar decisiones vitales en entornos bellos pero inhóspitos, persigue nuevos objetivos, siempre en la montaña.

Con su proyecto Summits of My Life prevé ascender en tiempo récord, este verano, el Mont Blanc (4.810 m) y el Cervino (4.478 m), en los Alpes, y también el Elbrus (5.642 m), en Rusia. La aventura debe culminar en el 2015 con un Everest (8.848 m) en solitario, veloz y, por supuesto, sin oxígeno embotellado, con una mochilita con lo básico. Minimalismo en la vida cotidiana y en el Techo del Mundo.

En el Everest quiere batir el récord del francés Marc Batard, de 1988, cuando tardó 22 horas y media en subir y un total de 36 incluyendo la bajada.

Busco hacer una ascensión rápida, ligera y lo más minimalista posible, subir y bajar de un tirón. Si mejoro el tiempo, mejor, pero prefiero tardar cinco minutos más respetando mi filosofía que bajar el récord diez minutos pero utilizando 100 metros de cuerda fija o teniendo a una persona en un campamento con una botella de agua.

El 99% de las actuales ascensiones al Everest son por las rutas habituales y con oxígeno artificial.

Evidentemente, no me planteo subir por las rutas normales del collado sur o del norte. Por estética me gustaría el corredor Hornbein, pero es muy difícil que esté en condiciones. También está la opción del corredor Norton, pero todavía veo el Everest muy lejano, ahora pienso en el Cervino y en el Mont Blanc.

¿Qué le ha parecido la última temporada del Himalaya?

Los alpinistas que querían hacer algo diferente no han podido. Sí, Kenton Cool acabó la travesía Nuptse-Everest-Lhotse, pero con oxígeno embotellado, esto no puede considerarse alpinismo de alto nivel. La gente quiere ir al Everest, pero no quiere seguir el camino para hacer el Everest, que supone muchos años de alpinismo, de buena preparación…

¿Le ha interesado algo de lo que se ha hecho esta temporada?

Todos esperábamos las expediciones de Moro y Steck y de Urubko y Bolotov (querían abrir vías nuevas, pero, por distintos motivos, tuvieron que abandonar). Desde los polacos Kurtyka o Wielicki no se han visto cambios en el Himalaya, no se ha innovado, al contrario, hay rutas que abrieron ellos que no se han repetido. Esto pasa porque la gente va a asegurar el tiro en lugar de buscar una actividad interesante, prefieren ir por una ruta segura y con oxígeno porque así tienen más posibilidades de conseguirlo, ahora se tiene más miedo al fracaso que antes. Es importante la noción de fracaso y más en la sociedad actual en la cual lo que cuenta es el éxito a todos los niveles, en la escuela, en la empresa, en la política.

Hace unos meses hizo su primera incursión al Himalaya, junto con los experimentados Jordi Corominas y Jordi Tosas. ¿Qué aprendió en este viaje?

Nos sirvió para ver que con muy poco material, con una mochila de 40 litros, puedes salir de Katmandú y subir un pico de 7.000 u 8.000 metros sin necesidad de montar campamentos ni llevar sherpas.

¿Qué llevaría en esa mochila?

Un mono de plumas, guantes, gorro, chaqueta, una comida por día, un hornillo, un cazo y una cuchara para los tres, un par de geles (suplemento nutricional para deportistas), dos piolets, los crampones y quizás diez metros de cuerda por si hay que cruzar una grieta. Todo esto debe pesar unos diez kilos junto con el saco de dormir y la tienda. Con diez kilos podemos subir un ochomil.

Reinhold Messer y Peter Habeler demostraron en 1978 que era posible ascender el Everest sin usar oxígeno embotellado. Ese fue un 
gran cambio en el alpinismo. ¿Qué novedades se verán 
en un futuro inmediato?

Hace diez años para subir la Aiguille Verte en los Alpes la gente salía de Chamonix, hacía un bivac y al día siguiente llegaba a la cumbre. Ahora sales por la mañana y estás de vuelta a casa para comer. Podemos extrapolar este proceso al Himalaya; evidentemente no irás a comer a casa, pero en cinco días o una semana puedes hacer un Katmandú-Katmandú si estás aclimatado. Si la gente asume riesgos y no tiene miedo al fracaso, veremos cosas espectaculares.

¿Katmandú-Katmandú en una semana? Quien se plantea un ochomil, en general, emplea un mes en el proyecto.

Sí, primero necesitas unos 15 días para aclimatarte, pero una vez lo estás si llevas poco peso… Claro, es un círculo vicioso, si vas más días necesitas más comida, si necesitas más comida llevas más peso, si llevas más peso vas más lento y necesitas más días. Y ves, un guía francés, dice que si cargas con una mochila de 70 litros, la llenarás. ¡Pues coge una mochila pequeña y con lo mínimo! Pero lo que estamos viendo es que los que van al Everest tienen dos porteadores por persona, oxígeno… Tienen de todo. ¡En el campo base del Everest incluso tienen jabugo y vino! Al final, el día que muramos lo único que nos quedará serán los recuerdos de las emociones que hemos vivido y estas no se compran.

¿Qué necesita usted para subir un ochomil? ¿Qué come?

Durante la ascensión sólo geles, es lo único que no se congela. Si el día de ataque a la cumbre sales del campo base y subes de un tirón es una machacada, pero te evitas montar campos de altura y tener que dormir arriba.

Ha ganado tres veces el Ultra Trail del Mont Blanc, dos la Diagonal des Fous, seis la Zegama, el Tahoe Rim Trail (280 km, 14.000 metros de desnivel con un tiempo récord de 28 horas y media)… También la Copa del Mundo de esquí de montaña los últimos cuatro años; esta temporada ha vuelto a imponerse en el mundial de carreras verticales… ¿Le sigue motivando este tipo de carreras o se siente más atraído por el alpinismo?

Me gusta hacer cosas diferentes, creo que si te centras sólo en una disciplina, por ejemplo en el kilómetro vertical, el ultratrail o el esquí de montaña, el nivel podría ser más alto pero sólo me conocería a mí mismo en un ámbito y, claro, a mí la montaña me da la vida, por eso quiero explorarla desde diferentes perspectivas. Competitivamente, he conseguido los objetivos más ambiciosos y no estoy motivado para repetirlos; sigo compitiendo porque me encantan las carreras, el ambiente, y busco la victoria de la misma manera que la buscaba hace años, lo que ha cambiado es que antes podía estar un mes entrenando para una prueba y ahora sólo pienso en ella el día antes.


¿Qué ha aprendido de las carreras de montaña que pueda aplicar al alpinismo?

El minimalismo, la toma rápida de decisiones y cuestiones técnicas del esquí de montaña, como poder sacar los crampones de la mochila sin quitarte la mochila. A nivel físico, si estoy en una cima y me dicen que viene mal tiempo y tengo que recorrer 50 kilómetros para estar a salvo, pues no me da miedo porque sé que en carreras lo puedo hacer bien y de manera autosuficiente. Tengo la capacidad física para encarrilar 20 horas seguidas a un ritmo alto; por ejemplo, en el Mont Blanc sé que en una hora estoy en Chamonix si viene mal tiempo.

Jornet amaneció en Barcelona el día que se realizó esta entrevista, un soleado jueves de junio, en una terraza del Observatori Fabra, lejos del ajetreo y el ruido de la ciudad que tanto le disgustan. Este antidivo, de una sencillez y humildad que desarman, defiende el medio ambiente y reivindica el consumo local y responsable, también el decrecimiento, el movimiento que plantea la reducción de la producción para estimular el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. “Ayer –cuenta– nos levantamos a la una de la madrugada para subir un pico y esquiar en el circo de Argentière.

Estábamos allí arriba viendo salir el sol con los amigos y en esos momentos te sientes parte de las rocas, del hielo… Luego cogí el avión para venir a Barcelona y, evidentemente, no me siento parte de la ciudad; aquí la naturaleza está tan lejos… ¿Cómo puede haber una conexión si estás rodeado de asfalto, coches, humo, ruidos…?”


Jornet transmite la imagen de que es un hombre del bosque, de la montaña. Coincide con Henry D. Thoureau en que el único lugar donde el ser humano puede realizarse es en la naturaleza, tal como este escritor estadounidense reflejaba en 1854 en su ensayoWalden. Jornet habla de otro libro inspirador, el citado La vida simple, de Sylvain Tesson, quien se dio un baño de aislamiento y silencio en el fin del mundo siberiano. “Me preocupa nuestra relación con la naturaleza, dependemos de ella, pero nos la estamos cargando. Estoy a favor del decrecimiento”, dice Jornet.

¿Cómo aplica el decrecimiento a su vida cotidiana ?

Hay cosas que me ponen nervioso, los patrocinadores me dan dos maletas de ropa al año, y con tres camisetas, dos pantalones y un par de chaquetas tengo de sobras. Intento tener lo mínimo, y una vez al año llevo todo este material al centro de tecnificación o lo doy a los jóvenes que suben a Chamonix.

Minimalismo en todos los ámbitos.

Sí, por el tipo de actividad que realizo necesito mucho material, pero cada seis meses hago limpieza de lo que tengo en casa, sólo me quedo con lo que uso y el resto lo doy. Si puedo poner mi vida en una maleta es mejor que si necesito cinco camiones de mudanzas, esto es lo que nos han enseñado nuestros padres –ambos amantes también del mundo de la montaña–, a ser autónomos y consecuentes, saber que si tomas una decisión el único responsable de las consecuencias eres tú. Si voy a una cumbre solo y sin cuerdas, sé que iré más rápido, pero también soy consciente de que si caigo me mato.

Haciendo este tipo de actividades, ¿piensa en la muerte?

Sé que está ahí, que puede llegar, y la gente que está conmigo también es consciente de la muerte, pero intento no pensar en ello; evidentemente, ni la busco ni intento acercarme a ella. Tenemos unos límites físicos, fisiológicos, técnicos… Los fisiológicos los podemos mejorar muy poco, los técnicos bastante, pero, al final, por mucho que entrenemos somos humanos… Si caemos desde 15 metros 
nos romperemos una pierna, si caemos desde 100 nos mataremos.

El límite es un arma de doble filo.

Evidentemente, tienes que buscar el límite para progresar, pero a eso juegas pocas veces. Hay días que dices: “Hoy me siento bien, quiero progresar”, y ese día juegas. Creo en la intuición. En cambio, hay otros en que las condiciones son perfectas, te sientes bien pero dices “hoy no”, y es mejor dejarlo. Nunca sabes cuál es tu límite; cuando lo averiguas, es cuando te matas, cuando ves que estás cerca es cuando debes saber escucharte.

¿Cuál es su primer recuerdo de la montaña?

Como vivíamos en el refugio de Cap del Rec, en la Cerdanya, nuestro día a día era la montaña. No me acuerdo ni de mi primera subida al Aneto, para mí fue un día más.

¿Cuántos años tenía?

Cinco. De lo único que me acuerdo es que el día después de subir me sacaron las dos ruedecitas de atrás de la bici.


Las excursiones nocturnas con su madre y su hermana Naila por el bosque le han sido útiles en las carreras que se prolongan toda la noche.

Sí, al acabar de cenar y con los pijamas puestos nos íbamos de paseo, al lado del refugio, sin linternas, en silencio. Así aprendimos a no depender de la luz, a utilizar otros sentidos y a sentirnos cómodos en lugares desconocidos.

Ahora vive en Chamonix, ¿lo considera su casa?

Soy un nómada, muy nómada, no he vivido en ningún sitio más de tres o cuatro años. En Cap del RecAgeMontellàCastellar de N’HugPuigcerdàFont-RomeuSierra Nevada, en los Aravis, Chamonix. Mi compañera (la también corredora Emelie Forsberg) vive en Tromsø (Noruega), un lugar que me encanta, con mucha montaña por explorar.


Dicen que puede estar todo el día corriendo sin nada, bebiendo agua de los ríos y comiendo frutas del bosque.

Me molesta llevar mochila. Cuando salgo a correr nunca llevo agua. Puedo correr ocho o diez horas sin llevar nada y como mucho pasarán cuatro o cinco horas sin encontrar un río o un sitio donde beber.

Cuando corre carreras de 20 o 30 horas, al cansancio físico se suma la monotonía, ¿cómo superarla?

Tienes que estar muy, muy motivado, sabiendo que sufrirás. Lo peor es el dolor, cuando llevas 15 o 20 horas, las piernas te hacen daño porque hay pequeñas roturas musculares o porque salen ampollas. Es en ese momento cuando debes luchar para olvidar el dolor, pero aunque no pienses en ello, te vas cansando por dentro y lo que quieres es parar, dormir. Hay cosas que ayudan, a veces llevo música, ahora audiolibros. Aunque disfrutes durante la carrera, disfrutas más después.

En su libro Correr o morir relata una escena de la Tahoe Rim Trail, de 280 kilómetros de recorrido, en la que por el extremo cansancio ya no siente nada, tiene la mente en blanco, en una suerte de estado meditativo.

Te pones muy off por el dolor y para no sentirlo desconectas, te pones en modo automático, casi corres por inercia y entras en un estado de meditación bastante profundo, aunque en ese momento estés en blanco asimilas cosas. Si te pones a correr 40 horas, seguro que te quedas en blanco, sin pensar en nada.

¿Le sucede a menudo?

No, las carreras tan largas están bien, pero tampoco somos masocas, no queremos sentir cada semana dolor de piernas y de estómago.

¿Se ve durante muchos años con este nivel de exigencia?

El cuerpo responde bien. Me veo corriendo otros cinco o seis años, aunque seguiré haciendo la misma actividad, porque lo necesito. Con el tiempo he aprendido a ser más extrovertido, pero en realidad no lo soy, a mí todo esto me exige un esfuerzo muy grande; es lo que decía antes, ayer por la mañana estaba en Argentière, rodeado de montañas y de silencio, y por la tarde en una proyección de cine con mucha gente, y yo me siento mejor en la primera parte que en la segunda. Creo que será por todo esto que llegará un momento en que la competición ya no tendrá el mismo interés, y querré hacer otras cosas. Donde yo encuentro la felicidad es subiendo montañas y compartiéndolo con los amigos.

Alejado de los focos.

Esta parte pública… No me siento yo mismo y lo tengo que hacer porque es mi trabajo; por otra parte, me gusta comunicar el valor de la naturaleza, el minimalismo con la vida. No me gustan los mitos ni los ídolos, toda esa idolatría...

Le guste o no, es un referente para muchas personas.

Soy consciente de ello, y la parte positiva es que lo que dices y haces llega a más gente, y si hablas de decrecimiento y sólo una persona de 200.000 lo asume ya es mucho. Creo que los modelos están para mejorar, pero hay mucha gente que ve una cosa que le gusta y la quiere copiar, es un error.

Copiar a Kilian.

No, tienes que ser tú mismo. En Chamonix hay gente que te ve subir el Mont Blanc con deportivas y hace lo mismo, eso es inconsciencia. Tenemos que ser muy conscientes de quiénes somos, es algo que te enseña la montaña, una buena escuela que no da muchas oportunidades. He hablado con jugadores y entrenadores de fútbol sobre la gran presión que sufren, por eso las decisiones que toman son muy importantes, perder un partido puede ser una putada, pero al final la diferencia entre ganar o perder te hará estar más contento o más triste, te hará ganar más o menos dinero. En la montaña perder un partido quiere decir matarte, cuando tomas una decisión no es para probar, para ver cómo sale, no, no. Tienes que prepararte bien para que salga bien.

La preparación es determinante, pero en la montaña hay elementos incontrolables, la incertidumbre es grande.

Sí, pero tienes que jugar en el momento en que lo único que pueda pasar sea por la incertidumbre, tienes que controlar el nivel físico, el técnico, la ruta, la meteorología. Tú debes tener el poder y, si pasa algo, que sea por la incertidumbre. Evidentemente, se tiene que probar cosas nuevas, se tiene que evolucionar; si dices quiero probar y eres consciente de que si sale mal te matas, ningún problema. En alpinismo de alto nivel los rusos que abrían vías eran conscientes de esto y la realidad era que en todas las expediciones moría alguien, pero no era un drama porque sabían a lo que iban. Es como cuando vas a la guerra, sabes que podrás morir y no debe ser una tragedia; en la montaña es lo mismo, no debemos hacer un drama porque sabemos a qué jugamos. Es lo que tiene el alpinismo, muchas veces te toca de cerca.

Hay que ponerlo todo en una balanza y sopesar si sale a cuenta.

Y ser consciente de qué puede pasar, por eso las decisiones son muy intrínsecas, depende de ti existir o no existir.

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